MIRA, MIRÉ UN MIRÓ Y NO ME GUSTÓ

Mis padres, cuando vienen a visitarme a la capital del reino, se meten entre pecho y espalda una sobredosis de actividad cultural de esas que te dejan reventado para toda una semana. Teatro. Cine. Museos. Conciertos. Espectáculo de Cortilandia. Y alguna que otra visita furtiva a San Ikea. Resarciéndose así de la anoréxica oferta que encuentran en su provincia natal. Que a su vez es la mía.
Pues bien, gracias a estos maratones culturetas he descubierto que mis padres tienen más personalidad respecto al mundo artístico que muchos de esos que se hacen llamar intelectuales.
Estábamos visitando la colección permanente del Reina Sofía. Caminábamos entre una multitud de suecos con chanclas y calcetines blancos, japos moviéndose al unísono entre una nube de flashes y jóvenes americanos más interesados en ligarse a la Catherine de turno que en las pinturas que colgaban de las paredes, cuando llegamos a la sala dedicada a Miró. Al Miró menos figurativo. Yo notaba que mi madre ponía caras raras. Pero las miraba en silencio. Hasta que, después de 10 minutos, no pudo morderse la lengua.
-Esto me parece una tomadura de pelo, por muy Miró que sea.
Pues bien, gracias a estos maratones culturetas he descubierto que mis padres tienen más personalidad respecto al mundo artístico que muchos de esos que se hacen llamar intelectuales.
Estábamos visitando la colección permanente del Reina Sofía. Caminábamos entre una multitud de suecos con chanclas y calcetines blancos, japos moviéndose al unísono entre una nube de flashes y jóvenes americanos más interesados en ligarse a la Catherine de turno que en las pinturas que colgaban de las paredes, cuando llegamos a la sala dedicada a Miró. Al Miró menos figurativo. Yo notaba que mi madre ponía caras raras. Pero las miraba en silencio. Hasta que, después de 10 minutos, no pudo morderse la lengua.
-Esto me parece una tomadura de pelo, por muy Miró que sea.

Justo detrás de ella había una señora. Se le acercó. Y quitándose las gafas de pasta le dijo.
-Mire, no sabe cuánto me alegra escucharla. Soy profesora de arte en la universidad de Nevada y creo sinceramente que esto es una mierda. No hay mucha gente que sea tan sincera.
-Yo de arte no se mucho, ¿sabe?
-No hace falta, señora. Sabe lo que le gusta y lo que no. Y eso ya es tener un concepto del arte.
-Es que esto me parece una tontería. No me dice nada.
-Completamente de acuerdo.
Mi madre se quedó muy contenta. Ella que siempre había creído que no tenía ni idea de arte se sentía reconfortada. Una profesora americana pensaba igual que ella.
Y es que vamos a dejarnos de gilipolleces. ¿Por qué nos tienen que gustar las cosas que se nos han dicho que son obras de arte? ¿Por qué tenemos que sentirnos mal si no nos gustan? ¿Por qué tenemos que fingir que nos parecen buenas? Se acabó. Yo, por ejemplo, odio el neorrealismo italiano. Me parece soporífero, aburrido, un truño. Y lo digo con la boca bien abierta. Y con la cabeza bien alta. Tengamos un poquito de personalidad. Y dejémonos de tanta corrección. De tanta pedantería.
Seamos libres!
Mi madre se quedó muy contenta. Ella que siempre había creído que no tenía ni idea de arte se sentía reconfortada. Una profesora americana pensaba igual que ella.
Y es que vamos a dejarnos de gilipolleces. ¿Por qué nos tienen que gustar las cosas que se nos han dicho que son obras de arte? ¿Por qué tenemos que sentirnos mal si no nos gustan? ¿Por qué tenemos que fingir que nos parecen buenas? Se acabó. Yo, por ejemplo, odio el neorrealismo italiano. Me parece soporífero, aburrido, un truño. Y lo digo con la boca bien abierta. Y con la cabeza bien alta. Tengamos un poquito de personalidad. Y dejémonos de tanta corrección. De tanta pedantería.
Seamos libres!