Tengo un par de Renos

16.10.07

En un lugar indeterminado



Hace poco viajé a un lugar indeterminado. Un lugar donde el sol siempre tiene tiempo para tomarse una caña cerca del puerto. Allí pasa las horas charlando con los viejos marineros que, como cada día, remiendan sus desgastadas redes. Se cuentan historias de la mar. Historias de sal, olas y corales. Pudes escucharlas desde cualquier parte de aquel lugar indeterminado. Y sus risas también. Aunque a veces el recuerdo de alguna pérdida las apague momentáneamente. Pero, entonces, el sol brilla con más intensidad. Y las risas vuelven. Y las penas lo son menos.

Tuve suerte. Al llegar a aquel lugar indeterminado me encontré al sol en la estación de trenes. Vino a recibirme. Somos amigos desde hace algunos años, pero nunca pensé que dejaría su tertulia vespertina para venir a saludarme. Sin embargo lo hizo. Comimos juntos. Paseamos por la ciudad. Y cuando comenzaba a perder su intensidad. Cuando su color se tornó anaranjado y tiñó el cielo de morados nos despedimos hasta el día siguiente.

Pero al día siguiente no apareció. En su lugar vinieron a darme los buenos días una panda de ruidosas nubes grises. Gritaban. Soplaban aire frío en mi cara. Arremetían contra las ventanas de mi habitación en forma de miles de gotas rabiosas. Me preocupé por el sol. Porque cuando las grises nubes campan a sus anchas por aquel lugar indeterminado, significa que mi amigo ha perdido la batalla momentáneamente. Lo busqué por las mojadas calles. En cada parque. En cada playa. En el puerto. Pero allí no estaba.

Al final lo encontré amordazado y triste en medio del mar. Le ayudé a quitarse sus ligaduras. Y entonces comenzó su particular reconquista. Con dificultad se abrió paso entre las tupidas nubes con su más intenso arcoiris. Y poco a poco logró deshacer aquél triste cielo, tornándolo en luminoso otra vez.




Para celebrar su victoria me llevó a un lugar poblado por gentes extrañas que te regalaban sonrisas y felicidad sin pedir nada a cambio. Allí estaba un señor que cablagaba con gracia un toro de cartón. Parecía un Quijote postmoderno. Pero en vez de luchar contra molinos el luchaba contra el aburrimiento y la falta de inocencia.




También había una princesa amiga de caperucita roja. Ella llevaba su capa rosa. Quizás porque es más coqueta que su famosa amiga. Pero ella no tenía que pelear con nigún lobo. Porque el lobo la quería tanto que se iban juntos a tomar unos vasos de leche mientras se reían de las desgracias de caperucita roja. Incapaces de comprender su miedo atroz al lobo. Brindando por la hermandad entre los lobos y las caperucitas de todos los colores.




Y me encontré a una pareja de superhéroes que luchaban contra el mal ayudados por un pato volador. A cara descubierta, y con una gran sonrisa en los labios, luchaban contra cualquier cosa que pudiera robar la felicidad de los niños.





Un gran día para una gran victoria solar. Un gran lugar indeterminado. Una gran sonrisa.

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