Tengo un par de Renos

27.7.07

MIAU



Hay quien dice que los niños y los animales son capaces de ver aquello que al ojo de un adulto ya vivido se le escapa. Llámese aura, fantasma o cualquier otra energía desconocida. Y parece que es verdad.

Un buen día, llegada en un avión procedente de Mallorca, llegó a mi vida mi querida Trini. Aunque al principio quise llamarla Akiyo, nombre que a mi me parecía por aquel entonces muy bonito, como de una princesa japo (hoy no se si pienso igual), lo cierto es que debido a la presión social decidí cambiárselo. Y así, con todos los honores, mi pequeña gatita fue bautizada como Trini.

Trini era una gatita extraña. Su mamá, que era una siamesa de clase alta, perdió la cabeza por un macarrilla de barrio. Su amor, como era de esperar, fue declarado imposible. Sin embargo, la mamá de Trini, que estaba muy adelantada a su tiempo, decidió que seguiría viendo a su amado de los barrios bajos a escondidas. Cenas románticas en cubos de basura selectos. Escarceos amorosos en oscuros callejones. Atardeceres de ensueño en muros variados. Y sexo. Mucho sexo. En cualquier rincón de la ciudad. Así fue como un buen día se quedó embarazada en el asiento trasero de un viejo coche abandonado, que a ella eso del condón... Y de ese amor prohibido nació Trini. Una gatita mestiza, sin rabo y muy cariñosa. A la que, con todo el dolor de su corazón gatuno, tuvo que dar en adopción por decisión familiar.

Yo fui el papá adoptivo de tan hermosa gatita. Al prinicipio todo fue muy bien. Nos entendíamos a la perfección. Pero un día Trini se quedó mirando al vacío, con la vista perdida, y empezó a maullar. Miau. Le dieron ataques como epilépticos. Luego se calmaba. Miraba al vacío. Se erizaba. Maullaba. Miau. Y un nuevo ataque epiléptico. Obviamente me acojoné. Parecía que Trini tenía miedo de algo. Pero allí no había nadie. Fue así como me autoconvencí de que los gatos son capaces de ver más allá. Aunque no lo dije muy alto, por si acaso era marcado con el estigma de lunático.


Pues bien, hoy ha saltado la noticia que me ha dado el valor necesario para contar mi historia. Una prestigiosa revista científica ha desvelado que Oscar, un gato americano bastante arisco, es capaz de saber cuando va a morir alguno de los ancianos del geriátrico donde vive. El minino pasea libremente por el recinto, y cuando se sube en la cama de un anciano y se acurruca, este muere a las cuatro horas exactas. De este modo tan peculiar, Oscar ha acertado ya en 23 ocasiones. Y si alguien le saca de la habitación antes de que el anciano fallezca, se vuelve loco. Maulla. Miau. Araña la puerta.
Los científicos no han descubierto todavía el mecanismo por el cual Oscar logra adivinar los planes de la muerte. Pero lo cierto es que lo hace. Y con una fiabilidad pasmosa. Se especula sobre ciertas reacciones químicas que el minino pueda percibir en el momento en el que la vieja de la guadaña se acerca. Pero sea como sea, él lo sabe. Y claro, los viejos del geriátrico no lo quieren ver ni en pintura. Vaya a ser...

Está claro. Los gatos tienen un sexto sentido. Como el niño aquel que en ocasiones veía muertos...

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