FERDY vs. FERGY: EL COMIENZO (vol.3)

Debería haber salido corriendo. Debería haber buscado ayuda. Pero no lo hice. Me quedé observándolos. Incrédulo. Tomé aire. Me llené de valor. Y alargué mi mano, dominada por un temblor incontrolable, hacia la cornamenta de uno de ellos. Muy despacio. Quería comprobar si eran reales. O si formaban parte de una pesadilla con muy poca gracia. Estaba a punto de acariciarla. Estaba a tan sólo un par de centímetros. Casi podía rozarla. Pero el dichoso reno, que era muy de verdad, abrió los ojos de par en par. Y yo que me dejo la garganta gritando. Y él que emite un gruñido nada amigable. Y el otro reno que también se despierta. Y yo que intento huir pero me resbalo y caigo encima de la cagada que hay en el suelo. Y un reno que se levanta con cara de malas pulgas. Y yo que tomo la salida más fácil. Me desmayo.
Estaba tan feliz en mi estado de inconsciencia… Volvía a ser un niño. Corriendo por las calles sin asfaltar de San Gabriel. Fumando un Ducados a lo Marilyn Monroe en el balcón de casa. Durmiendo con la cabeza apoyada en el regazo de mi madre. Negro. Ahora estaba flotando en un mar de nubes esponjosas. Rodeado por un grupo de angelitos asexuados. Unos tocaban la lira. Otros cantaban. Y los demás jugábamos al escondite en la inmensidad del cielo. Negro. Ahora estaba en Hollywood. Recogiendo un oscar como mejor actor protagonista. Todos se deshacían en elogios hacia mi trabajo. Y yo encantado. Claro. Hasta Steven Spielberg estaba intentando seducirme para que participase en su próximo proyecto. Todo era perfecto. No quería despertar.
Pero desperté. Y me encontré con un reno justo encima de mí. Me tenía encerrado entre sus cuatro patas. Como en una cárcel. Se inclinó. Poco a poco. Buscando mi cara. Podía ver los pelillos de su nariz. Sentir su aliento. Pensé en la mala suerte que había tenido. Existen cientos de maneras de morir. Y a mí me había tocado la más absurda. La más estúpida. La más improbable. A mí me había tocado ser devorado por un reno en mi propia casa.
Me despedí de todos mis seres queridos. Mentalmente y muy rápido. No quería olvidarme de nadie. De pronto. Zás. Un lengüetazo. Zás. Otro lengüetazo. El reno empezó a lamerme compulsivamente. Las mejillas. El pelo. La frente. Me dejó hecho unos zorros. Lleno de babas por todos lados. Al menos parecía que le había caído bien. Luego me cogió del cuello con los dientes y me lanzó a la cama. El pobre lo hizo con todo su cariño. Pero me metió una ostia que casi me deja tonto para toda la vida. Se acurrucó a mi lado y siguió lamiéndome.
El otro no parecía ser tan amable. Ni tan cariñoso. Estaba en un rincón. Resoplando. Dando coces contra el suelo. Soltando una espumita blanca bastante desagradable por la comisura de sus labios de reno. Sin embargo, la curiosidad pudo con él. Animado por el reno besucón se acercó hasta la cama. Me examinó. Me olió. Incluso me meó. Al final también se acurrucó a mi lado. Y comenzó a lamerme. Me había dado su aprobación.
Y allí estaba yo. Con la casa destrozada. Metido en la cama con dos renos gemelos. Cubierto de fluidos varios. Y sintiendo una ternura que jamás había sentido.
Alguien me dijo alguna vez que la vida no es para pensarla ni para imaginarla. Que la vida es para vivirla tal y como venga. Aquel día decidí hacer caso del consejo. No sé de donde vinieron. Ni por qué. Ni cómo fueron a parar a mi armario. Lo único que sé es que decidí quedarme con ellos. Con mis niños. Con Ferdy y Fergy. Así los bauticé.
Desde entonces somos tres en casa. Y aunque es pequeña, nos apañamos bastante bien.